9/5/09

Como moscas a la miel


No sé si será la manida crisis de la que todos hablan, pero ayer por la tarde estuve a punto de sufrir un ataque de ira en un centro comercial.

Me sentí como si fuera Winnie the Pooh, con mi dulce y tentador tarro de miel a cuestas perseguida por una jauría de moscas asesinas y ávidas de azúcar.

Allí estaba yo, en la sección de saldos de moda (sí, será la crisis... o algo parecido), tras salir de una dura jornada de trabajo, en busca de una “recompensa” de esas que las mujeres nos hacemos a nosotras mismas cuando consideramos que nos lo hemos merecido. Tranquilamente, paseaba entre pasillos de blusas, faldas, americanas y vestidos. Ojalá hubiera podido grabarlo en vídeo, porque en aproximadamente 30 segundos me sentí acosada, perseguida y casi obligada a comprar a costa de mi propia salud, física y mental.

Primera dependienta: -¿Le puedo ayudar? – No, gracias, sólo estoy mirando-; Segunda dependienta (5 segundos después): - ¿Quiere que le deje las bolsas aparte para que pueda mirar tranquila? – No, gracias, estoy bien-; Tercera dependienta (3 segundos y dos pasillos más allá después): -¿Quiere que le ayude con las tallas? – No, gracias, estoy bien-; Cuarta dependienta (5 segundos después, un pasillo más allá y sudor cayéndome por la frente): -¿Quiere que le ayude en algo?- Respuesta estresada: -“No gracias, prefiero mirar las cosas yo sola”. En ese momento, me sentí como Messi, haciendo dribblings entre perchas de ropa, con una voz interior que me decía angustiada: “como venga otra más a preguntar que si quiero algo, suelto las cosas aquí mismo y me marcho echando leches”. Otros 5 segundos infernales, en los que varias mujeres enfundadas en sus rancios uniformes me seguían con la mirada, como gatas en celo, y yo escapando como pude de sus garras felinas.

Por suerte, creo que mis ojos me delataban, mi cara de perro que te salta a la yugular era bastante decisiva, así que pude terminar la faena y salir por la puerta grande sin que ninguna mosca cojonera me siguiera los pasos.

Veni, vidi, vinci. Pero casi no lo cuento.

Luego llegué a casa, aparqué mis bártulos, me puse cómoda y me pasé la noche viendo a la patrulla X comiendo un bocadillo de jamón. Si eso no es una victoria cinco estrellas que venga dios y lo vea...

5 comentarios:

  1. bueno yo no digo nada que durante unos años, me ayudo mucho ese uniforme rancio a tener dinerito en el bolsillo para mis juergas y demás gastos...parte de ese sueldo depende de las ventas, y su trabajo tambien, porque ellas no son, tienen un jefe inepto, que solo sabe que ladrar(porqué esos si que están amargadísimos , y achuchar a los empleados, y no se andan con tonterias, te vas a la calle y a correr...

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  2. Uf, si es que tiene que estar la cosa muy achuchada para el comercio. A mí no paran de llegarme mensajes al móvil, que si 15%, 20%, 25% de descuento...la crisis habrá hecho que aún estén más encima de los clientes que pasan cerca, porque insistentes siempre han sido. Es lo que pasa cuando se trabaja a comisión.

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  3. Lo entiendo, arte, pero una cosa es la amabilidad y que te quieran ayudar y otra cosa es que te hagan sentir ganas de irte. Está claro que la actitud viene dada porque venden menos que antes, y sé que se llevan comisión, pero aún así es muy molesto.

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  4. A mi ocurre algo parecido pero peor, y es que cuendo quiero un dependiente me ignoran por completo. Eso si como bien dices si solo estoy dando una vuelta empieza el agobio.

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